Nuestra Logopeda Alba Castillo nos habla de diferentes hábitos orales que perjudican la infancia y posteriormente la vida adulta. En palabra de la especialista, las personas aprendemos a actuar de manera progresiva e innata; fijamos actuaciones mediante un proceso de aprendizaje e instauramos lo que se denominan «hábitos». Un mal hábito oral, es decir, un mal comportamiento de cualquiera de los componentes que forman nuestro aparato estomatognático, puede tener efectos negativos sobre nuestra salud. Si esto ocurre en niños, el desarrollo de los mismos se verá alterado.
La gravedad de un mal hábito varía dependiendo de la duración y la intensidad con que se desarrolle.
Para Castillo, sin embargo, se pueden clasificar estos hábitos en dos: hábitos fisiológicos y hábitos no fisiológicos:
Los hábitos fisiológicos son aquellos que van con el individuo (movimientos del cuerpo, mecanismo de succión…); los no fisiológicos son aquellos que se crean a partir de una mala praxis.
- La succión digital o chuparse el dedo provoca en el niño un adelanto de los incisivos superiores y estrechamiento de la arcada y, a su vez, un retroceso de los incisivos inferiores, entre otras.
- La deglución atípica o disfuncional se caracteriza por la interposición de la lengua entre las arcadas dentarias cuando vamos a tragar. Algunas de las causas son amígdalas hipertróficas o un uso prolongado de tetinas. Aparecen huecos entre los dientes (diastemas), incompetencia labial, labio superior hipotónico o que las arcadas dentarias no encajen y exista bastante separación entre los dientes superiores e inferiores.
- La respiración oral, que ocurre bien porque existe una obstrucción en las fosas nasales que impide el flujo normal de aire a través de ellas, bien por hábito. Las personas con respiración oral cuyo hábito perdura en el tiempo se caracterizan por tener un perfil convexo; incompetencia labial; sufrir de gingivitis crónica; tener un labio inferior mucho mayor que el superior; tener un paladar alto u ojival; tener una cara larga y estrecha con la boca entreabierta y la nariz pequeña, con ojeras y mejillas flácidas, entre otras.
La gravedad de un mal hábito varía dependiendo de la duración y la intensidad con que se desarrolle.